La primera parte de esta contribución está disponible aquí

 

En otras palabras, debemos aceptar y superar la que Bernd Ulrich e Fritz Engel definen como la cuarta mortificación del antropocentrismo, la ecológica (aquí). Según Freud, recuerdan los dos autores alemanes, la humanidad ha sufrido tres grandes heridas en su historia reciente: la cosmológica, con Copérnico, que desplazó al hombre del centro del universo; la biológica, con Darwin, quien probó que el hombre no es nada distinto del animal ni algo mejor; y la tercera, la psicológica, con el propio Freud, poniendo al descubierto que el hombre no es totalmente consciente y dueño de sí mismo.

“Bajo la superficie,” – escriben Ulrich y Engel – “la cuarta humillación ecológica hiere al ser humano de una manera que va más allá de lo que analizó Sigmund Freud hace cien años. Cuestiona todo lo que es motivo de orgullo y honor para el hombre, pone en entredicho casi todas las narrativas que al hombre moderno le encanta difundir sobre sí mismo. Del curso de la historia, al sentido de la propia vida, a la euforia de la libertad individual”. A diferencia de los primeros tres agravios inferidos al amor propio del ser humano, este nuevo agravio es el más doloroso porque desestabiliza, socava certezas – el progreso, el futuro luminoso, el incremento de bienes como factor de prosperidad – que parecían inquebrantables. Además, si bien la humanidad no ha tenido responsabilidades en las crisis cosmológica, biológica y psicológica, sí las tiene en la crisis dramática de la relación hombre-naturaleza, que se inscribe en los hechos culturales. Esta crisis, por tanto, “no se puede curar simplemente hablando y aceptándola, sino que hay que hacer algo más”, hay que actuar, añaden Ulrich y Engel, concluyendo que los medios para hacerlo existen: “el problema no es ni científico ni técnico, sino puramente mental”.

En conclusión, comprendemos fácilmente la noción de sostenibilidad y llegamos a aplicarlas en diferentes ámbitos, como la creación de áreas especiales protegidas (donde, por lo demás, se tiende a excluir la vida humana), o la inversión en las energías renovables. Pero esto es insuficiente, no se pueden simplemente cambiar los instrumentos dejando el ‘modelo’ inalterado. De lo que se trata aquí es romper con el principio del ser humano como única medida de todas las cosas.

No abogo por una visión cargada de furores ideológicos que lo cuestionen todo – el industrialismo, los avances técnicos, etc. en nombre de un regreso a un improbable estado de perfecta armonía con la naturaleza – el reto es forjar una nueva racionalidad societal, es decir, pasar de considerar la naturaleza como un simple medio, una cosa infinitamente disponible ante las necesidades y los deseos humanos, a un hábitat delicado que proporciona el sustento y con el que convivir.

Esta ética implica sacrificios desde el punto de vista de los estilos de vida. Implica también que la tecnología, aliada de la devastación de la naturaleza, sea empleada para permitir un uso equilibrado y reparador de sus elementos. Recordando dos cosas, como sugiere Galimberti: que solamente en la naturaleza y no en otra parte el ser humano puede vivir, y que si el hombre, con sus prácticas de dominio pusiera en riesgo su propia existencia, la naturaleza podría continuar regenerándose y viviendo aun sin el hombre.

El salto de mentalidad al que se alude puede darse solo en cuestión de generaciones y sus frutos no son inmediatos, lo que quiere decir que las fuerzas políticas que lo planteen no van a ganar popularidad ni ventajas electorales. Modificar pautas de comportamiento que se han fraguado a lo largo de milenios supone un nivel de determinación que por un lado trasciende los períodos de gobierno y, por otro, solo podría sostenerse en decisiones asumidas a nivel global. Para que estas puedan madurar, se requiere una conciencia colectiva que recién se empieza a atisbar.

¿Están preparadas las ciudadanías de los países para anteponer beneficios distantes en el tiempo a logros y mejorías más inmediatas, ligadas a políticas de más corto alcance y basadas en los actuales patrones de conducta? ¿Están dispuestas a impulsar un nuevo rumbo de relaciones con la naturaleza por más de medio siglo? No es fácil responder estas preguntas. Probablemente, será el miedo generalizado ante los impactos de la crisis ambiental el mejor aliado para que avance una ética ecológica, y para que afloren liderazgos políticos capaces de generar consensos a nivel doméstico e internacional en torno a las decisiones (y renuncias) más oportunas para asegurar a las generaciones futuras un planeta donde sea posible vivir bien.

Francesco Maria Chiodi, Coordinador IILA del Programa de la UE EUROsociAL+